La juventud llevamos años en estado de alarma. No por el COVID-19, sino por nuestra realidad y por todas las dificultades que nos encontramos en nuestro intento de crear un proyecto vital propio. Una educación de calidad, la posibilidad de encontrar un empleo en condiciones dignas y el acceso a la vivienda.

Tal día como hoy, en 1886, “los mártires de Chicago” lucharon por conseguir una ley que limitara la jornada laboral a 8 horas. Los logros en este campo han sido numerosos desde entonces, sin embargo 134 años después las problemáticas en materia de empleo son uno de los grandes quebraderos de cabeza de las personas jóvenes y uno de los grandes retos que debemos afrontar, y debemos afrontarlo ya.

Si echamos la vista atrás, desde el Consejo de la Juventud de Navarra ya advertíamos de una “epidemia de curros de mierda” en 2016. Y a pesar de que las estadísticas eran optimistas, la realidad ha acabado siendo muy diferente. Pese al descenso del paro juvenil, los datos demuestran que tener empleo y tener un empleo digno y estable son dos cosas muy diferentes. Precariedad, temporalidad, parcialidad y salarios bajos son las palabras que acompañan a empleo juvenil en cualquier redacción.

Así mismo, tenemos otras muchas problemáticas en esta materia, brecha de género sobre cualificación, incertidumbre, vulnerabilidad, discriminación en el puesto de trabajo, abusos empresariales, prácticas y becas que sustituyen contratos laborales, falsos/as autónomos/as…

La nueva situación derivada de la crisis sanitaria del COVID-19 no hace sino agravar una situación que ya era alarmante, y la juventud al igual que en el pasado está siendo una de las grandes damnificadas: ERTEs, despidos injustificados, más abusos laborales, inseguridad en el puesto de trabajo, más incertidumbre, más vulnerabilidad, prácticas académicas suspendidas… Y con todas estas dificultades presentes se cierne sobre la juventud la sombra de una nueva crisis.

Si muchas de las secuelas que nos dejó la crisis anterior aún no se han corregido, la expectativa de lo que suponga la crisis venidera es sumamente desesperanzadora, sin embargo, aún queda un resquicio al que aferrarse. Conocemos los resultados de las medidas tomadas en el pasado y lo que supusieron por lo que en la actualidad podemos evitar cometer errores pasados.

Tenemos que anticiparnos a lo que va a venir y llevar a cabo políticas de prevención, en lugar de esperar y con posterioridad hacer políticas correctivas, ya lo dice el refrán “es mejor prevenir que curar”.

Luchar contra la precariedad y las relaciones laborales fraudulentas, reforzar los servicios públicos de empleo  y acercarlos a la juventud desde todos los ámbitos, incluido el local, concienciar sobre la importancia del relevo generacional, fomentar la información, la orientación y el acompañamiento para la inserción laboral, no descuidar a las personas que viven en el ámbito rural y apoyar el autoempleo, todo ello prestando especial atención a las personas en situación de mayor vulnerabilidad. Entendemos que estas medidas deben ser el primer paso en la desescalada de la precariedad laboral de la juventud.

Las personas y los derechos deben estar en el centro de todas las políticas que se desarrollen y la juventud debe tener un papel clave. Las personas jóvenes somos el futuro, pero también somos el presente y tenemos problemáticas hoy, por lo que la respuesta a estas problemáticas debe ser ahora.