El 1 de Mayo de 1886 se inició una huelga en Chicago para reclamar la mejora de las condiciones laborales (jornada de 8 horas) que acabó con la ejecución de 3 sindicalistas anarquistas. Por ese motivo, esta fecha se convirtió en el día internacional de las personas trabajadoras,  una referencia a nivel mundial para reclamar nuestros derechos laborales y sociales.

Sin embargo, a día de hoy nos encontramos en un punto en el que muchas de nosotras ni nos planteamos la posibilidad de hacer una huelga o de reclamar de cualquier manera una mejora en nuestras condiciones y derechos laborales. Ya no nos enfrentamos a ejecuciones, pero nos enfrentamos al miedo a quedarnos sin trabajo. A veces porque hemos encontrado un empleo que nos permite sobrevivir y no queremos arriesgarnos a perderlo. A todas y todos nos suena la frase, “hay un montón de personas ahí afuera dispuestas a hacer tu trabajo”. Otras muchas porque tenemos contratos por semanas, por días o incluso por horas, o porque tenemos que recurrir a trabajar a través de ETTs y asumimos que debemos  renunciar a muchos de nuestros derechos laborales para poder encontrar un empleo. Y otras veces, porque nos encontramos en situaciones en las que directamente desaparecen nuestros derechos laborales. Bien porque tenemos que trabajar sin contrato (como por ejemplo tantos y tantas jóvenes “sin papeles”), porque una empresa nos ha contratado como “falso autónomo”, o porque “hemos tenido la suerte” de que una empresa o la administración pública “nos haya dado la oportunidad” de hacer unas prácticas para ganar experiencia una vez hemos acabado nuestros estudios, y nos encontremos con que tenemos las mismas obligaciones y responsabilidades que el resto de la plantilla pero ningún derecho laboral (ya que no tenemos contrato de trabajo sino un convenio de prácticas o una beca).

Esta es la realidad a la que nos enfrentamos la mayor parte de la sociedad en general y las personas jóvenes en particular. Hace unos días podíamos leer grandes titulares hablando de que durante 2016 el número de jóvenes menores de 25 años que nos encontrábamos trabajando en Navarra había pasado de 8.000 a 13.500. No se puede negar que se trata de un dato muy positivo, pero es necesario poner este dato en contexto. Por un lado hay que seguir recordando que la tasa de actividad juvenil en Navarra es una de las más bajas del estado, que el desempleo juvenil prácticamente triplica el desempleo general en Navarra y que sigue estando muy por encima de la media de desempleo juvenil en la UE.  Y por otro lado, debemos de tener en cuenta la realidad que nos encontramos en nuestros puestos de trabajo. Una realidad marcada por contratos temporales y a tiempo parcial, con salarios “ni-mil-euristas” y donde los derechos laborales muchas veces se plantean como una ilusión de otros tiempos. Una realidad en la que la precariedad (incertidumbre, inseguridad y vulnerabilidad) marca nuestros empleos y nuestras vidas. Precariedad que nos impide comenzar proyectos de vida autónomos antes de los 30 y que perjudica gravemente la salud (debería ser obligatorio advertirlo en las ofertas de empleo y en los contratos de trabajo como en los paquetes de tabaco).

Ante esta situación tenemos dos opciones. Asumir que debemos renunciar a nuestros derechos para poder tener un empleo, o luchar  todos y todas para defender nuestros derechos laborales y sociales. La primera opción ni la contemplamos. Por eso, debemos conseguir que el  1 de mayo no sea una excepción, sino un día más en la lucha de todos y todas por recuperar nuestros derechos y ejercerlos como personas trabajadoras y como sociedad.

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